Elementos vegetales en la jardinería mediterránea
Antonio Bonafont - abonafont@horticom.com / Artículo publicado en la revista "Bricojardinería & Paisajismo", Nº 139, marzo 2006.


Para el arquitecto paisajista chileno Juan Grimm, el Jardín es un nexo entre la arquitectura y el paisaje: "pienso que el Hombre, al construir, destruye el entorno; entonces, la labor del paisajista es recomponer esas heridas, uniendo la Naturaleza con esa obra de arquitectura". Al pasear por un jardín, lo que recordamos son las sensaciones que percibimos, más que la retención de su forma o estructura. Esta manifestación de arte es la única donde actúan todos los sentidos, reaccionando frente al perfume, la humedad, los colores, las texturas y por encima de todo a la percepción de la vida, que es el gran sentido de hacer jardín.

 

Por lo mismo, el Jardín debe seducir al espectador y ubicarlo en un mundo, donde el goce por la Naturaleza lo conduzca a su propia libertad.

 

El jardín ya sea abstracto o naturalista debe tener un clima, una atmósfera, algo que pueda transportar a un espacio natural, que evoque algún lugar de la Naturaleza. Es por esto que es importante que el jardín tenga lecturas claras de paisaje y no de colección de plantas. Además de tener una lectura espacial, el jardín debe responder al espíritu del lugar y a los requerimientos del mandante.

 

No es una tarea fácil conciliar estos tres aspectos, pero sí fundamental para la concreción de una obra coherente y contundente, independiente a cual sea su tamaño o envergadura. En cuanto a las plantas, parece determinante en el diseño conocer la dinámica de cada especie a emplear, para intuir el espacio que con ellas seamos capaces de construir y prever en el tiempo la forma que proyectemos para un lugar.

 

La evolución propia de cada especie vegetal y las relaciones que cada lugar tiene con la secuencia de su paisaje, son las orientaciones que definen las ideas sobre lo que hay que hacer frente a un determinado sitio. El hombre traza las líneas estructurales de un jardín… pero es la Naturaleza quien aportará la forma final, decidiendo sobre todo cuanto allí haya sido plantado por el hombre. Si somos capaces de incorporar nuestra obra dentro de la secuencia del paisaje que nos involucra, y ordenarla inspirados en su alma, lo que haremos es intentar tomar su esencia y aplicarla. Se hace imprescindible entonces para un paisajista comprender, conocer, amar y percibir ese orden que nos muestra el paisaje natural, para valorar, respetar su identidad y trabajar con él, no contra él.

 

El agua, ¿un factor limitante para la diversidad vegetal?

Generalmente las prácticas más habituales en jardinería que conllevan problemas a las plantas adaptadas a la escasez de agua son: las podas estivales, los riegos y abonados demasiado frecuentes en verano y la no zonación de las plantas según sus necesidades hídricas. Es importante permitir que las plantas desarrollen sus propias estrategias funcionales. Las plantas mediterráneas suelen presentar una parada vegetativa estival muy acusada (lo cual precisamente les permite soportar estas largas épocas secas y calurosas).

 

El exceso de agua circundante a las raíces de forma permanente durante esta época puede ser perjudicial para estas plantas. Un riego continuado, un mal drenaje, una poda de verano (que reduce todavía más la utilización y transpiración de agua por la planta), o una plantación efectuada en verano con sus consiguientes riegos para mantenerla y que en realidad le produce una asfixia (la planta no dispone de suficiente sistema radical ni mantiene suficientes tasas de crecimiento en verano como para absorber toda el agua que se le administra), son tareas cotidianas que no se adecúan a la biodinámica de la mayoría de las plantas adaptadas a la escasez de agua que podemos utilizar en los jardines en el área mediterránea.

 

La jardinería efectuada en zonas con restricciones de agua podría basarse en especies autóctonas, adaptadas a la climatología y condiciones edáficas de una zona concreta y con reducidos requerimientos hídricos y nutricionales.

 

Las plantas autóctonas llevan en su región el tiempo suficiente como para haber coevolucionado con los animales y tejer ecosistemas equilibrados. Atraen a insectos que se alimentan de ellas y a sus depredadores, evitando el peligro de plaga o invasión.

 

Incluso si se utilizan mayoritariamente especies alóctonas es conveniente intercalar plantas autóctonas. Con el establecimiento de éstas se contribuye a la preservación de la genética propia de la vegetación natural del entorno. Miquel Barceló apunta que, "no podemos caer en el tópico de que todas las plantas autóctonas son susceptibles de ser utilizadas en nuestros jardines". Ahora bien, existe un enorme abanico de especies autóctonas en nuestro paisaje que pueden cubrir la mayoría de requerimientos de los jardines en formas, texturas, portes, épocas y colores de floración, así como desarrollar unos crecimientos y establecimiento adecuados a las condiciones particulares de los jardines. La posible combinación de estas especies con plantas de otras regiones del mundo con clima de tipo mediterráneo permite crear jardines extremadamente ricos. Aparte del entorno del mar Mediterráneo, existen en el mundo otras cuatro zonas que tienen igualmente un clima y una vegetación natural del tipo mediterráneo. Todas estas zonas se hallan entre los 30º y 40º de latitud.

 

En el Hemisferio Norte están la región mediterránea y una parte de California en los EE.UU. En el hemisferio sur están la región del Cabo en Sudáfrica, la zona central de Chile y el suroeste de Australia. Por tanto, es de esperar, y de hecho es así, que muchas plantas nativas de algunas de estas zonas se pueden cultivar con éxito en las otras, ya que de una forma general, sin considerar otros factores condicionantes, el clima lo permite. La vegetación de estas zonas muchas veces presenta características similares, debido en ciertos casos a una evolución convergente. Algunas de las características morfológicas más comunes son la dominancia de especies perennifolias, hojas reducidas, con frecuencia lineares o aciculares, muchas veces coriáceas, presencia de aceites aromáticos, etc.

 

En general son plantas resistentes a las condiciones adversas, que soportan la escasez de agua y el calor intenso de verano. No se han de excluir totalmente otras especies procedentes de zonas subtropicales, las cuales soportan a veces la climatología mediterránea (muchas veces porque se hallan en microclimas determinados), y que pueden combinarse con otras en los jardines en donde la aportación de agua sea un factor limitante.

 

¿Cuál es la diversidad del arbolado viario mediterráneo?

El arbolado viario forma parte del ecosistema urbano de nuestras ciudades, y su existencia proporciona toda una serie de beneficios de índole diversa por todos conocidos y que nadie se atrevería a poner en duda. José Manuel Sánchez de Lorenzo- Cáceres analiza los inventarios del arbolado urbano de las principales ciudades del mediterráneo español, especialmente aquellos referidos a arbolado utilizado en aceras y formando alineaciones, llama la atención por un lado la poca diversidad en general, y por otro el que sea un reducido número las especies que predominan y se repiten en la mayoría de las ciudades, destacando notablemente Platanus x hybrida, seguida de otras tales como Celtis australis, Tipuana tipu, Sophora japonica, Robinia pseudoacacia, Citrus aurantium y Morus alba, con algunas variaciones en cuanto al orden de importancia según se trate de ciudades situadas más hacia el norte o hacia el sur de España.

 

Esta pobre diversidad de especies de nuestro arbolado urbano mediterráneo, que probablemente podría hacerse extensible a otras zonas climáticas de España, se debe sin duda alguna a varias razones, entre las que podemos señalar la dificultad de encontrar una oferta amplia en el mercado, la rapidez de crecimiento con la que se obtiene buena sombra a corto plazo, la facilidad de su propagación, el desconocimiento general de otras especies interesantes y, porqué no, incluso las modas.

 

No hay árboles perjudiciales, sino plantados en lugares inadecuados y, en principio, casi todas las especies de árboles que puedan adaptarse a las condiciones del clima mediterráneo son aptas para su cultivo en nuestras ciudades. Cada especie tiene, en condiciones normales, sus cualidades intrínsecas en lo referente a velocidad de crecimiento, extensión de su sistema radicular, forma de la copa o porte alcanzado en su edad adulta, y es precisamente el conocimiento de todas estas cualidades, además de los requerimientos climatológicos, edafológicos e hídricos de cada una de las especies, lo que nos permitirá abordar con gran probabilidad de éxito las plantaciones urbanas, pues existen árboles adecuados para casi todas las necesidades.

 

Hemos visto en nuestras ciudades, con más frecuencia de la deseada, las tremendas mutilaciones que sufren los árboles debido principalmente a una mala selección de especies. Sánchez de Lorenzo-Caceres pone como ejemplo la Tipuana tipu, árbol de rápido crecimiento y buena sombra cuyo cultivo se ha extendido de forma notable en los últimos 30 años; esta especie ha venido empleándose de forma indiscriminada en soluciones diversas, sin tener en cuenta que adquiere proporciones bastante notables y que posee un sistema radicular algo agresivo. Como consecuencia, una vez ha pasado cierto número de años, se originan problemas que se intentan solucionar acudiendo a podas muy severas, las cuales comprometen la estética y, lo que es más grave, la propia salud del árbol.

 

Dice "se intentan solucionar" ciertamente, porque con esas podas salvajes no se obtiene una solución definitiva del problema, que persiste año tras año y a veces con una mayor gravedad. Hay que abrir los ojos de los políticos encargados del verde urbano y de muchos de los técnicos municipales para que, con valentía, planifiquen la sustitución paulatina de todo el arbolado urbano antiguo y con un emplazamiento inadecuado.

 

Esta sustitución, que debería realizarse poco a poco para evitar controversias en la ciudadanía, sin duda supondría un ahorro a medio plazo para las arcas municipales, que verían descender en sus presupuestos la cuantía de las partidas destinadas año tras año a las terribles podas, al no ser estas necesarias. Por ejemplo, la sustitución de Tipuana tipu, mal seleccionada para la anchura de la calle, por Citrus aurantium. Pero de nada serviría una gestión de este calibre y trascendencia si no se acompañara de una buena planificación del arbolado de nueva plantación, que implica necesariamente una correcta selección de especies, un correcto marco de plantación y una correcta política de mantenimiento en la que se prevean, entre otras cosas, pequeñas podas de formación que el árbol tolere perfectamente.

 

Por todo lo dicho, puede concluirse que con una diversidad lo suficientemente amplia y una correcta ubicación de las especies en función de sus características, podemos lograr un paisaje urbano de calidad que gratificará sin duda nuestros sentidos.

 

¿Es necesario conservar?

Según Hedwig Schwarzer, para la valoración del patrimonio vegetal resulta primordial que se establezca una relación afectiva entre las especies autóctonas y el usuario fundadas en el conocimiento de las mismas; ese es el punto de partida para comenzar a hablar de conservación. En todos los espacios verdes, indistintamente de los objetivos y funciones que contemplen, desde pequeños espacios verdes rellenando huecos entre edificios a grandes espacios periurbanos, como espacios de esparcimiento y de disfrute y en ocasiones como espacios de aprendizaje articulándose como jardines botánicos, en todos ellos y de forma inherente se promueve el respeto hacia las plantas.

 

Muchos de estos jardines podrían ser verdaderas herramientas al servicio de la conservación de nuestra flora, a través de la utilización de especies autóctonas. La implantación de jardines didácticos que pusieran en valor la flora autóctona del lugar donde se asientan resulta una forma de aproximación a nuestra realidad vegetal; una forma adecuada de sensibilizar y concienciar a la ciudadanía de la importancia de la conservación a través del conocimiento y valoración de nuestro rico patrimonio vegetal.

Pero, ¿es necesario conservar? Llegados a este punto, deberíamos plantearnos si merece la pena, desde los organismos públicos competentes en gestión de espacios verdes, colaborar en la conservación de nuestra flora. Las premisas planteadas hasta el momento desembocan en una implicación de la Administración. Realmente, ¿es necesario conservar nuestra flora? ¿cómo es y en qué situación se encuentra nuestro patrimonio vegetal? La riqueza de la flora es debida fundamentalmente a la diversidad de elementos florísticos que la componen, motivada principalmente por la diversidad climática, por su posición geográfica a caballo entre dos continentes y su participación en las peculiaridades florísticas del mundo mediterráneo y del atlántico.

 

Conservación y jardinería. Un binomio imposible

El actual desarrollo de nuestra sociedad construye espacios cada vez más urbanizados, las áreas y espacios verdes, a la vez que más demandados, se han de ajustar y adaptar a edificaciones e infraestructuras, no diseñándose en muchas ocasiones de forma autónoma y protagonista.

 

El planteamiento y diseño de los jardines evoluciona permanentemente, se han ido introduciendo y enriqueciendo de muchos y diversos conceptos, asentándose algunos que interrelacionan jardinería con respeto por el medio ambiente. Términos como jardinería racional, jardinería sostenible o jardinería adaptada al medio son hoy en día habituales en foros de gestión de espacios verdes.

 

A pesar de estar ya asumidos por la mayoría de profesionales de este campo sorprende aún la cantidad de jardines diseñados y ejecutados, tanto en el ámbito público como privado, alejados de esta corriente, dando lugar a ajardinamientos imposibles e inviables en su futura gestión. Obviando estos casos, que deberían constituir la excepción, se va imponiendo una jardinería sostenible y respetuosa con el medio ambiente más allá de la consabido discurso de lo verde está de moda. Los excelentes resultados que pueden observarse en ajardinamientos realizados siguiendo criterios de sostenibilidad contribuyen a la implantación o modificación de espacios verdes siguiendo estos criterios.

 

La "nueva" jardinería, respetuosa con el medio ambiente y presentada como de "bajo mantenimiento", ha incidido en el aprovechamiento del agua, empleando especies de bajos requerimientos hídricos. Este progresivo cambio en el planteamiento de los espacios verdes ha provocado de forma paralela un cambio en la oferta de especies vinculado a la necesidad de introducción de especies seleccionadas bajo nuevos criterios. Deteniéndonos en el variado catálogo que encontramos de especies para jardinería, vemos que la "planta autóctona" ha cobrado protagonismo, pero este término utilizado profusamente en la actualidad, en ocasiones se encuentra poco acotado en su acepción.

 

La norma define como planta autóctona aquella especie, subespecie o variedad que crece de forma natural en una región determinada desde antes de la aplicación del hombre, o bien que ha llegado a ella sin su intervención debido a un cambio de su área de distribución natural, distinguiéndose claramente de planta alóctona. La descripción de región comprende un territorio ambiguo y es frecuente que bajo esa denominación encontremos especies que se ajustan al término de planta mediterránea. Esta denominación incluiría toda especie que crece en el clima mediterráneo entendido en su sentido más amplio, extendiéndose mucho más allá de nuestra región. Bajo esa denominación se incluirían el amplio abanico de especies de origen australiano, sudamericano o sudafricano que en la actualidad, por sus buenos resultados agronómicos, están presentes en muchos espacios verdes.

 

En este nuevo escenario, tanto plantas autóctonas en sentido estricto como especies mediterráneas se ajustan a la nueva demanda. Declinarse por la utilización de uno u otro tipo de especies puede sumergirnos en un debate interesante. Ambas clases se ajustan a las necesidades de la jardinería actual; se adaptan a nuestras condiciones de alta radiación y régimen de temperaturas y prosperan con aportes hídricos bajos.

 

Desplazándonos a otros terrenos encontramos sutiles pero importantes diferencias entre ambas: el empleo de especies autóctonas evita la utilización de especies potencialmente invasoras que puedan generar problemas en el medio natural Su adaptación a plagas y enfermedades puede disminuir los tratamientos fitosanitarios siempre y cuando se haga un buen uso de ellas. Se evita la contaminación genética, para ello también es importante conocer el origen del material autóctono que se introduce, lo que requiere por parte de los viveros control sobre la procedencia del material reproductor.

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