La importancia de las gramíneas en nuestros paisajes.
Dr. Josep M. Montserrat. Biólogo. Instituto Botánico de Barcelona.


Si preguntamos a un aficionado qué entiende por una gramínea normalmente la asociará a una brizna de césped. Es menos probable, en cambio, que considere a un gran bambú como perteneciente a la misma familia. Y los grandes bambúes tropicales, las cañas, la grama o los cereales son gramíneas. Esta es una de las familias más importantes y numerosas entre las plantas vasculares.

 

Las gramíneas son especialmente abundantes en los países templados y fríos, aunque se han adaptado también a las grandes sabanas cálidas de África y Asia, incluso a sus extensos desiertos. Otras, como los bambúes, toleran los climas tropicales húmedos. Algunas características únicas de las gramíneas explican su enorme éxito biológico. Muchas tienen hojas estrechas y alargadas que se pliegan por el nervio central, lo que facilita regular las pérdidas de agua; algunas pueden, incluso, orientar la lámina foliar según la incidencia de la luz y regular así la superficie expuesta. La epidermis de sus hojas y tallos tiene unas células especiales, ricas en sílice, que facilitan su rigidez. Además, casi todas las gramíneas vivaces tienen yemas de persistencia junto al suelo o ligeramente enterradas, para protegerlas de los dientes de los herbívoros, del fuego, del calor abrasador de los trópicos secos o el frío intenso de las estepas. En otras especies la emisión de largos estolones facilita tanto su expansión lateral como localizar nuevos emplazamientos donde arraigar mejor, capturar nuevos nutrientes o desplazar a otras plantas. Casi todas las partes aéreas de la planta pueden realizar la fotosíntesis y, a diferencia de otros muchos vegetales vivaces, apenas tienen partes lignificadas. Esta es una de las razones de su altísima productividad ya que reducen mucho el volumen de la planta respecto de la superficie dedicada a captar la luz solar.


Todavía existen otras adaptaciones notabilísimas. Muchas especies de los climas cálidos con lluvias de verano, como el maíz o la grama, tienen la capacidad de capturar activamente el dióxido de carbono del aire por la noche. De este modo evitan tener que abrir los estomas durante el día, con lo que reducen drásticamente las pérdidas de agua, realizando así una fotosíntesis muy eficiente.

 

Pero no todo son ventajas y la morfología de las gramíneas tiene algunos inconvenientes. El más evidente es la falta de tejidos lignificados que les impide desarrollar una gran altura, por lo que la sombra densa de los árboles las elimina casi completamente. La gran superficie expuesta a la luz solar, respecto del escaso volumen de la planta, es muy favorable en los momentos óptimos del año, cuando hay mucha luz y agua suficiente, pero cuando las condiciones cambian la planta se seca muy deprisa. Por ello los pastizales en las regiones áridas o las de clima mediterráneo, amarillean rápidamente con los primeros calores del verano. Cuando se secan completamente se convierten en paja que prende y propaga el fuego con mucha facilidad.

 

De manera natural los grandes herbívoros y las gramíneas se han favorecido mutuamente, a veces con la participación regular del fuego. Podría afirmarse que muchas gramíneas han aprendido a ser comidas por los grandes herbívoros, a cambio de verse libres de la sombra de los árboles y de otras plantas leñosas. En algunos pastos naturales, como sabana africana, especialmente a finales de verano, fuegos originados por descargas eléctricas recorren rápidamente las llanuras quemando cuantas plantas bajas encuentran a su paso. Apenas las grandes acacias de altas copas se libran de sus efectos. Con las primeras lluvias reverdecen los pastos de gramíneas, libres ya de la sombra de otras plantas menos adaptadas al fuego. El paso regular de miles de animales trashumantes hace el resto. Situaciones parecidas se han producido en muchos grandes ecosistemas de la Tierra, desde Europa hasta Asia Central. Pero la adaptación de las gramíneas a sus depredadores es un proceso de evolución paralela. Las plantas se adaptan a la forma de la boca del depredador y a su manera de comer. Así, donde hubo grandes rumiantes, como las vacas, búfalos, bisontes y otros bóvidos, se desarrollaron plantas de hojas tiernas y renuevo rápido, porque al pastar siegan la hierba entre la lengua y los dientes como si tuvieran una guadaña. En cambio, donde sólo hubo canguros, camélidos o aves, que comen eligiendo las plantas una a una, las gramíneas han desarrollado otros mecanismos de defensa, favoreciendo las hojas largas, duras y punzantes. Unos animales favorecen altos herbazales duros de la pampa, mientras que los otros forman extensos prados. Esta situación explica la rareza (¿falta absoluta?) de gramíneas aptas para céspedes procedentes del hemisferio sur. Tan fuerte es la dependencia de los bóvidos respecto de algunas especies vegetales, especialmente gramíneas, que en el hemisferio sur, los pastos de los animales domésticos están formados mayoritariamente por gramíneas y leguminosas alóctonas, de origen euroasiático, tan exóticas para estos países como las vacas que se los comen. América del Norte representa un caso singular, pues los bisontes, entraron casi al mismo tiempo que los humanos por el paso de Bering, al final de la última glaciación.

 

 

¿Son inofensivas las gramíneas ornamentales?

Últimamente las gramíneas están de moda, y no solo para la construcción de campos de golf, que en definitiva imitan los pastizales naturales. Arquitectos, paisajistas, viveristas y jardineros las recomiendan por doquier. La penúltima Bienal del Paisaje de Barcelona mostró, delante del lugar de celebración, un gran jardín compuesto sólo con gramíneas exóticas, con la pretensión evidente de difundir su uso entre quienes deciden y diseñan los jardines. Lo dicho anteriormente, sobre algunas características muy notables de estas plantas, tal vez pueda ayudarnos a comprender nuestra responsabilidad en el manejo ornamental de las gramíneas.


Entre las que se han puesto de moda con finalidades ornamentales, figuran muchas gramíneas subtropicales y americanas. Su facilidad de cultivo, la rusticidad de numerosas especies y su resistencia a la sequía, proporcionan ventajas indudables. Pero frente a la opción de utilizar especies autóctonas (y la Península Ibérica es particularmente rica en representantes de esta familia), mucho menos agresivas con nuestras actividades, se prefieren las exóticas. Algunas recientemente introducidas en el mercado como la Nassella neesiana, especie adaptada a climas semidesérticos de Chile, es invasora de los sistemas naturales en Canarias o en los EEUU, y Nassella tenuissima, de Méjico, puede expandirse muy rápidamente. Esta última es especialmente peligrosa por su elevado contenido en fibra vegetal que la hace muy difícil de digerir por el ganado, por lo que acumula muchas hojas secas. Ambas están consideradas muy peligrosas por la IUCN.

 

Otras especies asiáticas, como Miscanthus sinensis, propagan rápidamente los incendios y dificultan la recuperación posterior del bosque. Cabe aún citar aquí especies de los géneros Panicum o Pennisetum que son conocidas en muchas regiones del mundo por su agresividad. Son numerosas las noticias procedentes de América del Norte, Australia o África del Sur, que demuestran los efectos sobre los sistemas naturales de muchas especies de estos géneros. Se conocen desde hace años los efectos nocivos de Nassella neesiana algunos parques naturales de las Canarias. Y estudios todavía en curso en el Instituto Botánico de Barcelona nos muestran el potencial agresivo de algunos Pennisetum.


Los humanos hemos aprovechado a fondo las características biológicas de las gramíneas. Son particularmente importantes porque proporcionan nuestra principal fuente de alimentos. Pocas plantas, tales como trigo, cebada, centeno, arroz, maíz, mijo o sorgo, alimentan a tantas personas. Todas pertenecen a esta familia y de ellas dependemos cada día. Cualquier oscilación en la producción mundial de estas especies es causa de hambrunas en alguna parte del globo. La modernización de la agricultura, si bien aumenta mucho la producción final, está estrechamente vinculada a la utilización de maquinaria, pesticidas y abonos químicos. Por tanto para aumentar la producción básica de alimentos necesitamos un gasto creciente de energías fósiles, especialmente petróleo. Y una de las causas más graves de la disminución de la producción moderna de cereales es la competencia que realizan las malas hierbas. Naturalmente las más difíciles de combatir son precisamente las otras gramíneas. Entre las malas hierbas de los maizales y algodonales tropicales hay algunas gramíneas que cubren su tallo con pelos irritantes y resisten todos los pesticidas. La conclusión es obvia: la introducción incontrolada de gramíneas exóticas aumenta el riesgo de incorporar a nuestro paisaje nuevas plagas agrícolas. "¡Con el pan no se juega!". Cuantos de nosotros no hemos sido reprendidos, siendo niños, con esta afirmación. Parece, pues, que todavía hay quien no lo entiende.

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